Todo empezó el verano pasado. Ola de calor tras ola de calor, y mi casa se convirtió en un horno.
Aunque tenía el A/C al máximo y tres ventiladores prendidos, seguía despertando toda pegajosa, de mal humor y agotada.
Cocinar era insoportable. ¿Trabajar desde casa? Una broma. No podía concentrarme con el sudor escurriéndome por la espalda. Y ni me preguntes por el recibo de luz—era un mini infarto cada que llegaba.
Probé de todo. El ventilador “súper enfriador” de la tienda grande. Un aire de pie que sonaba como avión. Hasta uno de esos A/C portátiles con un tubo enorme que no cabía en ninguna de mis ventanas.
Nada funcionó. Nada duraba. Y lo peor… sentía que el problema era yo—como si simplemente no pudiera encontrar la solución.
Todo lo que probaba solo empeoraba el problema
¿El ventilador? Solo movía el aire caliente en círculos. El aparato que pedí por internet se descompuso a la semana. Uno incluso terminó tirando agua por toda mi cocina.
Ya no solo estaba frustrada—me sentía derrotada. Como si estuviera atrapada en este ciclo de gastar dinero y seguir sufriendo el calor.
Sin dormir. Sin paz. Solo ese peso constante en el ambiente… y en el pecho.
¿Lo peor? Todos actuaban como si la solución fuera obvia.
“Compra un A/C”, me decían.
Claro. Como si no lo hubiera intentado ya—dos veces.
No quería un sistema de aire para toda la casa. No necesitaba enfriar el ático ni el cuarto de visitas. Solo quería sentirme bien en el cuarto que sí estaba usando.
Fue entonces cuando me topé con algo totalmente distinto.
Encontré algo que en verdad se enfocaba en mí, no en toda la casa
CoolerSide no era otra de esas máquinas ruidosas y complicadas.
Era un dispositivo de enfriamiento personal, pequeñito, moderno y diseñado para enfriar mi espacio—el lugar donde realmente me sentaba, trabajaba y dormía.
Sin químicos. Sin ductos. Sin herramientas. Solo agua, un enchufe y un botón.
Llené el tanque. Lo encendí. Presioné un botón.
¿Y luego? Aire fresco. Alivio real. No después de cinco minutos. En menos de 2, mi espacio se sentía más fresco.
Como una brisa suave, solo para mí.
Era tan silencioso que podía dejarlo toda la noche junto a la cama. Y tan compacto que cabía perfecto en mi escritorio, sin estorbar ni verse raro.
¿Lo mejor? No le pegaba a mi recibo de luz.